Hace tiempo, tiempo atrás que en unos de esos viajes a mi
segunda casa, Sevilla, la cual tiene cautivo de por vida mi corazón, mi camino
y mi norte, quedé prendida por las diferentes formas que hoy en día tenemos
todos de ganarnos la vida. En un oasis de veranillo, ansiosos los peregrinos del crudo y
gris invierno pasado, no dudan en dejarse mimar por las cálidas caricias de un soleado fin de semana de primeros de marzo. Es en esa magia compuesta de alegría y color
donde descubro con gran sorpresa que, entre la multitud, estos trabajadores de
calle ofrecen su trabajo e ilusión a todo viandante por un módico precio, la voluntad del espectador.
Dragones feos, ninjas al acecho de peligro, bailarines de
tangos, polcas, diversas actuaciones de músicos hacen que mis sentidos se
impregnen de todo aquel esfuerzo y color.
Toda esa capacidad de lucha por salir
adelante ante cualquier problema o crisis debe enseñarnos a todos a saber que a
pesar de todo siempre hay una puerta o ventana chiquita que da esperanza de que
las cosas, mañana, tal vez serán mejor.