Este año
tengo la inmensa fortuna de poder participar en la Asistencia Pastoral Juvenil
que imparte la iglesia del Corazón de María, los Padres, de mi ciudad,
Almendralejo.
Durante la
semana este equipo prepara, a conciencia, la sesión que ese viernes o sábado se
impartirá a unos chavales con no sólo el fin de llevarlos a la confirmación
sino también de transmitirles valores humanos, de vida y de fe que pueden
serles útiles en su vida diaria.
No es una
tarea fácil. Los jóvenes de hoy están más pendientes del fútbol, los móviles y
la marcha sin querer darse cuenta que hay tiempos duros que les acechan y es
bien necesario construir en roca firme ilusiones y proyectos que no se pierdan
en épocas de tempestades.
Pero también
he podido comprobar tanto en la Vigilia de Resurrección como en mi necesario
viaje a Fatima donde gente joven y guapa se reúnen entorno a la fe y a la
esperanza de un nuevo renacer.
En tiempos
donde el ser cristiano o creyente resulta incomodo hasta la muerte, me siento
orgullosa de esos jóvenes que cantan a Dios o que en un rinconcito de una
pequeña capilla entrelazan sus manos en un rosario.
Con estos
jóvenes crece la esperanza, renace la alegría.