Pasó la
vida, y los años con ella.
Pasó la vida luchando por un sueño, olvidando cualquier cosa que puso la
vida. Solo vivió para el sueño, Se formó, educó y perfiló su vida aferrándose a ese objetivo, creyendo que si no se cumplía,
jamás le encontraría sentido a su existencia.
Vio como
pasaban los años y los demás encontraban sus anhelos, que eran felices con sus
sueños entre las manos, que sus vidas tenían sentido.
Se sintió un
ser pequeño, desdichado, inútil. Su deseo no llegaba… jamás sería feliz.
Una mañana
de un mes cualquiera a su puerta llegó su sueño. Como un torrente de vida y fe.
Olvidó su vida
y se sintió feliz, un ser dichoso, útil. Su existencia encontró sentido.
En su sueño
maduró, se hizo grande y fuerte. Aprendió a vivir, a tener fe. Viajó en tren.
Contó una fábula, llegó a hermosos destinos.
Luchó
incansable por conservar su sueño. Vivió por y para el.
Hasta que un
día el sueño decidió marchar.
Ambos se
despidieron con cariño. Había sido intenso el sueño.
Y ahora
volviendo a su vida se dio cuenta que antes del sueño jamás fue un ser
desdichado ni inútil. Nunca fue pequeño. Que si tenía sentido su existencia.
Que siempre fue feliz.
Descubrió
que la felicidad, la vida y la existencia no dependen de un sueño, no se
enganchan a nada.
Que no
existe un sueño sino miles. Vienen y van
Que no
importa más el sueño que su vida
Que la vida
es un sueño
Y los
sueños, sueños son