Hablamos de
empleo como un cierto derecho
constitucional para todos. Más que un derecho, un deber que hace que ese
misterioso engranaje llamado ser humano cobra especial sentido. Un empleo es
aquel molde que afianza a la persona en
sí misma y la integra de forma compacta en la vorágine social. En la normalidad.
Sin embargo,
existen ciertos colectivos sociales que tienen un acceso más difícil hacia ese
tan preciado sueño, el empleo, como es en el caso de las personas con
discapacidad.
Para
ponérnoslo más fácil, se ha apostado por la creación de centros especiales de
empleo.
Deciden adquirir la categoría de especial cuando más de un
70% de los empleados de estos centros son personas con algún tipo de discapacidad.
Tanta es su efectividad que en nuestra provincia muchas
localidades han optado por constituir como centro especial sus propios consistorios.
Es, cuanto menos loable, dicha iniciativa en una época de
crisis aguda y de falta de pocas oportunidades.
Para una persona con discapacidad como yo centros especiales
de empleo son una oportunidad, una
pequeña luz en un túnel a veces oscuro y sin salida..
Pero también pienso en
que deberían haber otras formas más simples, más comunes a la hora de integrar,
de educar… Ojalá un día estos centros no se llamen especiales por contratar,
educar, ayudar, formar a un mayor porcentaje de personas con unas
características distintas a las demás, sino porque en ellos se encuentran
personas sin distinción alguna… ¿No será
acaso eso el motivo más especial?